Hay momentos en que el cielo aéreo se paraliza sin previo aviso. No solo por tormentas, ni aun por crisis políticas, ni siquiera por desastres naturales. A veces basta una alerta técnica: una línea de código, un mensaje en una cabina. Y, de pronto, miles de vuelos dejan de operar. Eso lo vivimos en noviembre de 2025, cuando los Airbus A320 —esos aviones que parecían invisibles pero confiables— recibieron la orden de quedarse en tierra para una revisión urgente de software.

Lo que más me sorprendió no fue la dimensión del problema, sino constatar nuestra dependencia absoluta de los sistemas electrónicos en los aviones y sus componentes. Para muchos pasajeros, el Airbus A320 no era un modelo específico, sino simplemente “el avión que los transporta, que despega y aterriza”. Sin embargo, ese sistema electrónico funcional se quebró con la falla de un software y, de pronto, el turismo global tuvo que reajustar sus operaciones.

En aeropuertos de la Ciudad de México y en varias partes del mundo, el efecto dominó fue inmediato. Aerolíneas cancelaron rutas; otras improvisaron reemplazos. Mientras tanto, miles de viajeros —familias, mochileros, ejecutivos— quedaron varados, buscando nuevas rutas o resignados a esperar.

Pero hubo una realidad incuestionable en este episodio: la industria aérea recordó que la seguridad no se negocia. Dejar en tierra miles de vuelos para corregir un error, aunque resulte molesto, demostró un principio esencial: prevenir siempre vale más que despegar y lamentar.

El turismo, por su parte, reaccionó con flexibilidad. Hoteles reacomodaron huéspedes, agencias ajustaron itinerarios, destinos perdieron reservas ya confirmadas… pero también aprendieron.

Lo más revelador es que, a pesar de la incomodidad, la mayoría de los viajeros terminó aceptando la situación. Quizá porque entendieron que nada es más valioso que la seguridad. Porque la alternativa de volar sin revisar era impensable. O tal vez porque estamos entrando en una época en la que la incertidumbre se ha convertido en parte natural del viaje.

Aprendimos que volar no es algo trivial: es un organismo complejo, hecho de insumos electrónicos, máquinas, protocolos y revisiones periódicas. Que depende de cadenas tan finas que basta una alerta técnica para paralizarlo todo.

Hoy, con los A320 de nuevo surcando los cielos, muchos ya han olvidado aquella pausa. Pero vale la pena guardarla en la memoria. No como un susto, sino como una pausa consciente que nos recuerda que viajar es un privilegio y que detrás de cada despegue existe un compromiso profundo con la seguridad.

Así que la próxima vez que veas un vuelo marcado como “cancelado” o “retrasado por mantenimiento”, quizá no sea solo motivo de enojo. Podría ser, en realidad, una señal de que alguien revisó cada tornillo, cada línea de código, para asegurarse de que ese avión llegue sano y salvo a su destino.

Gracias a regulaciones estrictas, tecnología avanzada, pilotos altamente capacitados y protocolos de seguridad rigurosos —y a pesar de algunos accidentes—, la aviación sigue siendo uno de los medios de transporte más seguros del mundo. Esto se debe a sistemas redundantes (como computadoras y motores duplicados) y a un mantenimiento minucioso que detecta y reporta cualquier anomalía de inmediato para proteger al pasajero.

El turismo permanecerá, los aviones continuarán en el aire y los destinos seguirán esperando. Porque, aunque el viaje se detenga algunas veces, la voluntad de seguir recorriendo el mundo no se detendrá jamás.

CON MIS SALUDOS DE SIEMPRE